Estación Arista, Nuevo León Es la tierra del olvido
Pobladores de Mina y García sobreviven con menos de cien pesos a la semana. | | | | Justo en el corazón del desierto, la comunidad se aferra a la vida con las uñas. Foto: Lorenzo Encinas | |
| 6-Mayo-07 | | En medio de la nada, donde los recuerdos se pierden en la inmensidad del tiempo, existe un rincón justo en el corazón del desierto de Nuevo León, lleno de magia y encanto, donde sus habitantes están condenados a vivir dentro de un laberinto de soledad.
La zona parece ser un pueblo fantasma, donde sus habitantes se aferran a vivir en condiciones extremas, en un territorio caracterizado por la escasez y las adversidades.
"Aquí la gente vive de puro milagro. No hay nada, y lo que se da es muy poco. Desde que se fue el tren, muchas de las gentes se fueron y poco a poco se ha ido quedando solo y los que se quedan se han ido muriendo", dice Samuel Espinoza, uno de los pocos habitantes que quedan en esta población.
"Para la gente que vive aquí hoy todo se mueve desde García; Mina nos queda muy lejos y nadie se acuerda de nosotros. Para ir al doctor hay que ir a Icamole, que está cerca, pero es de vez en cuando, y como el agua de las norias es salitrosa batallamos para surtirla", explica Espinoza.
"Hay quienes se dedican a la talla del ixtle y la candelilla y les pagan apenas cien pesos a la semana, con eso no les alcanza nada, así está la situación, hay mucha pobreza y nadie nos ayuda, solamente vienen en tiempo de elecciones, luego se van y no vuelven", comenta Espinoza.
Para el entrevistado, la paga es muy poca para las largas jornadas laborales que deben realizar.
"El trabajo comienza desde la mañana y se acaba hasta casi llegada la noche, es todo el día, sin importar el frío y el calor, lo malo es que hay que andar entre las espinas y las víboras, es muy peligroso", señala el colono.
Tras un corto silencio, como lamentando la situación que priva entre las familias que viven de la talla del ixtle y de la cera de candelilla, el entrevistado reflexiona.
"La gente se hace vieja y las cosas siguen igual, mucha pobreza, mucha necesidad, con cien pesos no alcanza nada y hay que invertirle muchas horas para tan poca paga", asegura.
Aún a pesar de que las lluvias no han sido abundantes, el río Salinas de nueva cuenta lleva agua en su cauce, y con ello la vida silvestre parece darse paso en el lugar.
Conejos, cuervos y correcaminos abundan en la zona, mientras que un buitre parado sobre una cerca espera su turno en el festín que los carroñeros celebran al alimentarse de una vaca muerta que está sobre el camino.
No cabe duda que en el desierto nada se destruye, simplemente se recicla.
Sólo polvo y mucho sol
En la vieja estación de ferrocarriles ya no hay gente en espera de abordar el tren. En la taquilla ya no se venden boletos. De un árbol frondoso solamente queda el esqueleto, una postal surrealista y tenebrosa en noches de luna llena.
El tiempo no perdona nada, hasta el sillar con el que la construyeron se está cayendo a pedazos, como si el desierto cobrara una factura a la bonanza y a la modernidad que pretendían vencerlo hace años.
Una sábila en flor desafía a los elementos y le pone un poco de color al panorama árido que impone su ley despiadada.
La vida de Don Fidel Carranza, de cien años de edad, es un ejemplo vivo del triunfo del ser humano ante las adversidades. Sin embargo, el peso del tiempo ha hecho estragos en su cuerpo y lo mantiene postrado en una cama.
"Estoy solo, solamente vienen mis hijos a verme, desde que se murió mi esposa ya no me traen la despensa y como no tengo vista es muy difícil para mí hacer lo que antes hacía", detalla Carranza.
Dedicado a la talla de ixtle por más de sesenta años, Carranza fue el fundador y constructor de toda una comunidad que hoy por hoy ha sido olvidada.
"Cuando estaba la estación del tren había mucho movimiento, ahora ya no hay nada, las casas ya se están cayendo y las gentes que antes ahí vivían ya murieron o se fueron a trabajar a otras partes...aquí no hay nada, sólo polvo y mucho sol", comentó Carranza.
En la Estación Arista impera el silencio. Hay muchas casas abandonadas, y las pocas construcciones de adobe que aún se mantienen en pie han sucumbido a las inclemencias de los años y del tiempo.
La temible Mara Salvatrucha transita cotidianamente por este lugar en su ruta hacia Estados Unidos, y de vez en cuando le piden un taco a los lugareños.
Una tierra donde la nostalgia es cosa común, con un paisaje agreste y lleno de colores, donde sus habitantes viven condenados bajo el yugo opresor del silencio y la soledad.
Sin embargo, pese a todo ello, este mundo es su hogar.
Postales surrealistas
Esta comunidad nuevoleonesa está localizada a 90 kilómetros de la ciudad de Monterrey, entre el poblado de Icamole y la Hacienda del Muerto. Sus habitantes se ganan la vida principalmente con la talla del ixtle y la fabricación de cera de candelilla.
La zona no cuenta con dispensarios médicos u hospitales. Para recibir atención médica, los colonos deben viajar hasta el poblado más cercano. Además, deben lidiar con el desabasto de agua potable, ya que la que extraen de las norias es salitrosa.
La bonanza del poblado se dio durante el auge del ferrocarril como medio de transporte. Hoy, la temible Mara Salvatrucha transita cotidianamente por este lugar en su ruta hacia Estados Unidos, y de vez en cuando le piden un taco a los lugareños.
| | | | Mina Lorenzo Encinas | | |
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